amanece

Sólo la música suena en la obscuridad de la habitación en la que me encuentro. Doy unos pasos torpes en medio de la negrura, hasta llegar a la cama y lograr recostarme en ella. Miles de pensamientos pasan como flash, mientras miro fijamente el techo, o creo mirarlo, pues la obscuridad era tan prenetante que no había sentido de abrir los ojos, pues era la misma negrura que me invadía si mantenía los ojos absolutamente abiertos. Esta obscuridad era tan desconcertante que no me dejaba asimilar mis pensamientos de la realidad, quedaba tirada en la cama, absorta.
La música, tan calmada pero tan inquietante, tan nítida… Zumbaba en mis oídos profundamente.
Una serie de pensamientos flotaban en la nada, se confundían entre imágenes y sonidos, hacían la obscuridad a un lado, la alejaban durante algún tiempo.
El negro de la habitación había sido llenado por mis propios pensamientos, que se generaban tan rápidamente como nunca lo habían hecho. El sonido aumentaba su intensidad, hasta llegar a un simple grito, agudo, penetrante, duro. Un grito que no tenía fin, un grito que me penetraba hasta los huesos, un grito que me hacía tiritar, que me hacia sudar… Un grito tan profundo, tan desconcertante. Quiero que pare, pero no sé como, no sé como detenerlo… No tengo ni la menor idea de cómo parar, de cómo dejar de emitir ese cruel sonido, no sé como dejar de gritar… No sé como romper la obscuridad, como parar el vaivén de imágenes que aparecen en mi cabeza.
Las lágrimas caen por mis mejillas, llegan hasta mi boca… Puedo sentir el sabor, puedo sentir su salado sabor en medio del delirio…
Logro abrir los ojos, veo que la obscuridad se rompió por ese tímido rayo de luz que se coló por la ventana.
Ya amaneció. Ya pasé una noche más… Sólo quedan unas cuantas.